La procrastinación es una palabra comúnmente utiliza entre estudiantes y trabajadores. Y no es para menos: en sus respectivos contextos, alude a la postergación de tareas mediante la priorización de otras de menor importancia. Esta conducta, que posee diversos orígenes, genera un conjunto de consecuencias negativas más allá del estrés y la frustración.
En este post, te contamos un poco más al respecto; además, te damos respuesta a cómo no procrastinar ofreciéndote algunos consejos.
Esta palabra que ha cobrado protagonismo, sobre todo, en los ámbitos educativo y laboral refiere al acto de postergar tareas y decisiones. Siguiendo esto, su principal característica es priorizar tareas de menor importancia en detrimento de aquellas que son, sin lugar a duda, prioritarias (e.g. escribir un informe). Se trata de un comportamiento cuyo trasfondo no necesariamente se encuentra en la pereza; al contrario, surge por la combinación de diversos factores psicoemocionales en los que la autoestima baja, el miedo al fracaso y el perfeccionismo condicionan la ejecución de acciones y toma de decisiones.
Esto puede acarrear diversas consecuencias. Una de ellas es la creación de un círculo de estrés continuo que se retroalimenta cada vez más; esto es, conforme se van postergando tareas, las sensaciones de culpa incrementan, sumadas a la presión por cumplir con ciertas obligaciones en un menor periodo de tiempo. Surge una suerte de malestar con uno mismo que impacta en el bienestar general. En efecto, de esto surge otra consecuencia: la baja productividad. ¿Se pueden cubrir todas las tareas o responsabilidades, ya sean en la escuela o el trabajo, sin una planificación clara si no rigurosa? Las repercusiones de procrastinar son diversas: ralentizar el avance de actividades individuales o colectivas, perder oportunidades, rezagarse, entre otros.
Todo lo anterior explica la necesidad de no solo gestionar adecuadamente el tiempo, sino también las emociones. La compañía y guía de profesionales (e.g. psicólogos u orientadores) pueden impactar de manera positiva en el rendimiento y, por lo tanto, en la satisfacción tanto personal como profesional.
No procrastinar es lo ideal, lo sabemos. Pero, para quienes no han podido evitarlo durante mucho tiempo, conocer cuáles son los beneficios de frenar la procrastinación podría ayudarles a tomar medidas de cambio. ¿Cuáles son dichos beneficios? Veámoslos:
Somos seres de costumbres. Partiendo de esta premisa, crear una rutina diaria es imprescindible para eludir las consecuencias negativas de la procrastinación. No obstante, no se trata de una rutina cualquiera, sino de una muy bien organizada con horarios fijos. ¿Qué aspectos se toman en cuenta? El horario de trabajo, el descanso, las actividades de ocio, entre otros. Además, es importante establecer un momento específico del día para consultar las redes sociales, ciertamente incluidas en la lista de factores que llevan a la procrastinación. Se debe evitar a toda costa la mayor cantidad de distracciones.
Arriba mencionamos una herramienta muy útil en el ámbito organizacional que puede aplicarse a otros ámbitos. Se trata de la matriz de priorización. Aunque aquí no se explique en detalle, sí nos interesa el impacto que tiene sobre el establecimiento de prioridades. ¿Cuáles son las tareas más urgentes e importantes? ¿Cuáles requieren más tiempo y mayor cantidad de recursos para realizarlas? Esto ayuda a cumplir los plazos o deadlines. ¿La consecuencia? Mayor eficiencia.
Esta regla es una técnica efectiva para responder a la pregunta de cómo no procrastinar. ¿En qué consiste? Como lo indica su nombre, se utilizan 20 minutos para realizar tareas o actividades. Aunque en principio se utiliza para crear nuevos hábitos, también puede ser muy útil para culminar aquello que no se ha iniciado o que está a medias. Es un enfoque que permite romper la resistencia a los comienzos y, por ende, aumentar la productividad.
Hay tareas de diversa envergadura: unas más complejas que otras. Por eso, para no procrastinar, un buen consejo es categorizarlas de menor a mayor, es decir, abordar diversos segmentos con mayor concentración. De hecho, las tareas más sencillas podrían dejarse para momentos posteriores mientras se priorizan aquellas que requieren más esfuerzo y tiempo. Así, en vez de posponer el trabajo, este se avanza poco a poco sin descuidar ninguno de sus componentes.
Hay muchos métodos de gestión de tiempo, pero entre ellos resalta la técnica Pomodoro. Si has oído hablar de ella, sabrás que centra su atención en realizar tramos de trabajo de 25 minutos cada uno con pausas de 5 minutos. ¿Es beneficioso? Quienes la han aplicado así lo afirman, de ahí su popularidad, sobre todo, entre estudiantes. Ahora bien, hay otras herramientas (calendarios, cronogramas, listas de tareas, aplicaciones móviles, entre otros) que pueden ajustarse a las necesidades y expectativas de cada uno.
Este consejo es una evidencia, pero es necesario resaltarlo: las distracciones solo interrumpen el cumplimiento oportuno de tareas y obligaciones. Entonces, ¿qué hacer? No basta con apagar las notificaciones del móvil, sino también establecer límites en el uso de aplicaciones y dispositivos electrónicos. También se recomienda dialogar con compañeros, familiares y colegas sobre evitar las interrupciones durante determinados momentos del día.
Cuando uno pregunta sobre cómo no procrastinar, recibe recomendaciones centradas en lo práctico, lo que está muy bien. Pero hay un aspecto que no puede pasar desapercibido: premiar los avances y, desde luego, los pequeños y grandes logros. ¿Cómo hacerlo? Pueden tomarse pequeños descansos, meriendas u otra actividad que genere bienestar. Esto opera como un refuerzo positivo; es decir, crea una asociación positiva con la productividad.